viernes, 26 de agosto de 2011

CONTRACORRIENTE…


Ariles y más ariles
ariles de Sotavento,
yo también fui marinero
y navegué contra el viento…
(Balajú, Son de dominio público).


Por: Manuel Polgar Salcedo

 Intramuros, El Puerto de Veracruz ha sido paradójicamente, receptivo y permeable y vivo, tal como su columna vertebral de piedra muca; es ésta cualidad, probablemente, la que lo ha convertido a lo largo de los siglos en un mosaico de culturas tan diversas y heterogéneas. Ha sabido atrincherarse también, por otra parte y cuando ha sido necesario, ante las armas invasoras y las terribles agresiones externas: “Veracruz que sabes ya, más de pólvora que un chino…” (Paco Píldora). Pero más peligrosas por disfrazarse de sutiles, seguramente, generando graves consecuencias sociales, una lamentable “confusión de identidad” y costando más vidas a la larga (que ya es ahora) en nombre de la “modernidad” y el “progreso”, son las olas que hoy nos revientan en el Malecón  y que, por venir con la corriente de los grandes capitales y de los sistemas de comunicación masivos, se nos presentan como atractivas y hasta necesarias.

Pero atisbos de resistencia popular, espontáneos e ingeniosos, han brotado al mismo tiempo en los momentos más conflictivos y cuando todo parece perdido en estas tierras y estos mares; la identidad del jarocho se renueva entonces y se recrea en sus calles, en sus plazas, en sus barrios antiguos y en los espacios en los que el personaje cotidiano nos recuerda lo entrañable de vivir en el trópico. Y es que al igual que en otras ciudades del país, aquí la cultura no viene de las Instituciones ni de los programas gubernamentales: aquí la cultura se genera desde abajo y se hace fuerte al calor de la imaginación y del ingenio de sus pobladores de siempre. El porteño toma las banquetas y las convierte en extensión de su casa; se organiza y coloca escenarios en las plazas para escuchar música en vivo y para bailar; se acomodan tarimas de cedro en algún rincón y se escucha el Son Jarocho acompañado del zapateo, de vez en vez y resistiendo: reflexionando desde adentro en todos los sentidos.

Contracorriente se embarcan los pescadores de Playa Martí, cada mañana temprano, para seguir desempeñando el oficio heredado por sus abuelos y que hoy se resisten a perder frente a la invasión de hoteles y de playas exclusivas para el turismo; “El Tigre” y sus compañeros no ceden espacio y pescan, pescan y se reúnen después, junto al transitado boulevard, para comentar el día con un plato de fresco ceviche. Contracorriente, “Chico Andrade” a sus 82 años, cada viernes y sábado, se engalana con su mejor atuendo y se dirige al bar “Los Amigos”, sobre Arista, para entonar su voz junto al bajo de “Juanito Araujo”, de su misma edad y con giras a cuestas que le dieron la vuelta al mundo, para reafirmar que la música porteña no es la salsa, sino el Son Montuno de gran influencia cubana pero con el matiz jarocho; aquí, sólo dos días a la semana, los viejos jóvenes reviven, contracorriente, las notas de un pasado, seguramente más tranquilo y armonioso. Con partituras de la misma cadencia y tenacidad, Arturo Pitalua y sus “Pregoneros del Recuerdo”, con 50 años haciendo música en Veracruz, contracorriente buscan espacios para mantener el Son montuno vivo, puro y sin arreglos plásticos dictados desde las modas de la radio y la televisión, haciéndonos entender que los ritmos son muchos dentro del género, y que las letras de sus sones están llenas de vivencias y de una poesía cotidiana que nos identifica a los que aquí habitamos. Contracorriente, 3 músicos de Son Jarocho, todas las noches desde Los Portales y abrumados por 25 norteños cantando narcocorridos y otro buen número de mariachis, nos recuerdan que su música no es sólo para documentales ni para los ballets folklóricos, y tampoco para versar de forma elocuente en los eventos políticos: es un símbolo de identidad con profundas raíces y que narra en su lírica la vida misma de un pueblo, ese del que hoy nos acordamos, nada más, cuando llegan visitantes y queremos enseñarles lo “típicamente veracruzano”.

Contracorriente el Centro Histórico, cayéndose a pedazos sus edificios y su bullanga, lo tangible y lo intangible; contracorriente las señoras bastoneras en un carnaval que parece aparador de empresas privadas, extensión de pasarela televisiva y no la fiesta popular de su gente; contracorriente el malecón y sus paseos ante los centros comerciales y su voraz consumismo; contracorriente El Mocambo y su arquitectura llena de recuerdos y de luz frente a las cadenas hoteleras extranjeras; contracorriente Mandinga y su comida sencilla y típica; contracorriente las cooperativas pesqueras de boca del Río; contracorriente la afición del “Tiburón Rojo”, resistiendo los desfalcos y engaños de empresarios y gobierno; contracorriente la última enramada tradicional en la playa “La Bamba”; contracorriente el Museo de La Ciudad y su abandono municipal; contracorriente los escritores y los cronistas; contracorriente las comunidades rurales del Estado y su resistencia, dignidad y ejemplo; contracorriente el hombre que sigue viviendo del campo y se arraiga; contracorriente el modo de hablar en jarocho; contracorriente, pues, el orgullo de pensar libremente y de maravillarse ante la historia y ante el presente, un presente distinto que puede hacernos mejores seres humanos. A contracorriente, definitivamente, los que pensamos y estamos seguros, que otro mundo es posible.

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