Por: Miguel Salvador Rodríguez Azueta
Salvador Díaz Mirón tiene muchas facetas: político, periodista y
poeta, pero muy poco se habla de su
inquietud por dejar constancia escrita de eventos que sucedían en su ciudad
natal.
Como buen poeta era sensible
al contacto visual de mujeres bellas, en especial aquellas de tez blanca y
apariencia extranjera, tal vez porque en el puerto de Veracruz era difícil observar
mujeres de tales características.
El vate no solo se inspiraba
con su belleza sino que indagaba acerca de su vida y si existía alguna historia
digna de narrarse, era razón más que suficiente para que la transformara en un
poema, tal es el caso de Dea (1895) é Idilio
(1901).
En Dea, el poeta nos narra
parte de su estancia en abril de 1895 en el hospital de San Sebastián -
edificio que hoy alberga las oficinas del
IVEC (Instituto Veracruzano de la Cultura)- Díaz Mirón convalecencia en aquel recinto, apenas unos meses antes había fallecido su padre, don Manuel Díaz
Mirón.
Debido a su precaria salud
las autoridades habían decidido trasladarlo
de la cárcel municipal donde se encontraba en espera de un fallo positivo al
juicio que se le seguía desde 1892 por la muerte de Federico Wolter.
El poeta hace un crónica y describe
los alrededores, empezando por el hospital: “Recio y amplio edificio que no
brilla por la elegancia y el primor del arte. Fue convento y capilla y es
hospital.”, el baluarte Santiago “Elévase a la orilla del mar, hacia la parte
de oriente, por la cual hay un baluarte, de dos que duran a evocar memoria”
y el parque Zamora menciona: “Al
sur y herboso como inculto predio, un parquecillo ruín en cuyo medio un zócalo
mezquino espera en vano, con una obstinación que infunde tedio, la estatua de
un gran hombre mexicano”.
Es aquí donde el bardo observa
a “una
moza, con rostro de delirio, pasó, blanca y derecha como un cirio, lírica y
turbadora como un canto, odorífera y prócer como un lirio.”
Gracias a sus indagaciones
con personal del nosocomio el poeta se entera de la triste historia de Dea, cuyo padre Juan Falot fue un soldado del ejército
francés que decidió quedarse, enamorado de una mujer local, formó familia, desafortunadamente al nacer Dea
su madre muere y al poco tiempo su padre enferma y se trasladan al puerto, en
donde Dea tiene que internarlo por su gravedad y pensar en enclaustrarse en un
convento fuera de México, lo que le
lleva a exclamar al poeta: “Al
destino la dicha es una injuria y el oasis un tósigo al desierto”.
En Idilio, Díaz Mirón transforma en poema la vida de una niña gitana
en las afueras de la ciudad de Veracruz, tal vez en lo que se conoce como el Morro o la Tampiquera, pues dice la historia se desarrolla a “tres
leguas de un puerto bullente que a desbordes y grescas anima y al que un tiempo
la gloria y el clima adornan de palmas su frente, hay un agrio breñal y en la
cima de un alcor un casucho acubado que de lejos diviso a menudo y rindiéndose
apoya un costado en el tronco de un mango copudo”
Las pistas son fáciles de seguir,
tres leguas son un poco más de 16 kilómetros, lo que aproximadamente es de
Veracruz a Boca del Río y el poeta además habla de que la casa está en una
cima, desde donde se puede apreciar el mar.
“El ponto es de azogue y
apenas palpita. Un pesado alcatraz ejercita su instinto de caza en la fresca.”
En dicho lugar el poeta
encuentra “una rustica grácil asoma como una paloma” “infantil por edad y
estatura sorprende ostentando sazón prematura: elásticos bultos de tetas opimas
y a juzgar por la equívoca traza no semeja sino una rapaza que lleva en el seno
dos limas”
Díaz Mirón se sorprende por
la rara belleza de la pequeña describiéndola de la siguiente manera: “Blondo
y grifo e inculto el cabello, y los labios turgentes y rojos, y de tórtola el
garbo del cuello, y el azul del zafiro en los ojos”
Sidonia es el nombre de la
chica que Díaz Mirón describe, hija de una gitana y de un hombre que al parecer
no es su padre y al que ayuda pastoreando borregos “Entre dunas aurinas que otean,
tapetes de grama serpean cortados a trechos por brozas hostiles que muestran
espinas y ocultan reptiles.”
El final de Idilio es algo erótico, tal vez el poeta quería enseñarnos que
la libertad sexual en las afueras de la ciudad era en extremo natural.
azueta@hotmail.com
2/5/12
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