Por Daniela Soberanis
Las grandes lecciones estan en cualquier lugar, solo se necesita abrir los ojos.
Como casi todos los días, en un punto de la avenida más turbia de este puerto, el consumismo y el capitalismo estaban es su máxima expresión (era quincena), el calor del verano no se comparaba con el infierno que se vivía dentro de aquellos santuarios de perdición monetaria llamados tiendas, algunas establecidas, otras ambulantes.
En una pequeña esquina de dicha avenida se ha establecido una tienda de alma itinerante, está conformada por lo que algunos llaman "hippies", "escorias de la sociedad", "gente que no hace nada", personas, al final de cuentas bajo estos adjetivos.
Su comercio esta compuesto por un trapo deslavado y nada más que los collares, pulseras y aretes que ellos mismos fabrican con diferentes texturas, muchas de estas obras únicas son artesanías con una estética impecable, otras parecen salidas de los sueños más raros; uno de estos comerciantes se encontraba en plena creación de un collar, cuando ocurrió un suceso que me hizo reflexionar.
Pasaban por ese lugar una apurada madre de familia con su hijo bien sujeto al brazo, sus pasos presurosos matizados con la cadencia de sus tacones se perdían con los de las demás personas, más en cambio, los pequeños pies de aquel niño se detuvieron cuando vio lo que para él pudo ser un nuevo tesoro o un artefacto que le ayudaría a ir a un lugar lejano, a la luna tal vez, lejos, muy lejos; se separó súbitamente del cobijo de su madre y tomó aquel juguete que estaba en el piso, cerca de las artesanías hippies, el niño volvió a mimetizarse con las rápidas pisadas de los demás, sin embargo cuando vio el éxito de aquella operación, un alarmado padre apareció ante los ojos del niño y los de la señora.
- Devuélvamelo por favor- dijo aquel padre de familia mientras tendía la mano.
- Tira eso a la basura- le ordenó la señora a su pequeño retoño.
El artista fue más hábil y logró quitárselo al niño.
- ¿Qué educación le esta dando su hijo?- gritó el hippie con juguete en mano mientras madre e hijo desaparecían en el mar de gente.
El padre de familia se volvió a sentar en el suelo donde estaban sus collares, aretes y pulseras, se dirigió ante sus demás compañeros.
- Es de mi niño, no le he podido comprar otro-
La gente siguió caminando, para los demás era un hippie, un vago, un-bueno-para-nada.
Para mí, que solo observé la escena, era un padre preocupado.
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