Canito
Memorias de una vida inútil, pero divertida.
Por. Miguel Salvador/ FUNDACROVER A.C.
Canito se mimetizaba por las calles del puerto jarocho. Caminaba como tantos otros, con rumbo fijo pero omitiendo la brújula ósea en automático. Su destino era cierto y motivado, un nuevo bar del centro histórico. Su objetivo sofocar su sed aunque eso ocasionara el despertar de sus recuerdos amorosos, que solo el alcohol logra liberar. Aún bajo esta advertencia apresuró su marcha, pues es un convencido que las depresiones profundas se curan motivándolas.
Sin embargo, aquella tarde las improntas iconoclastas se perpetuaban en su mente. Sobre la avenida Zaragoza un joven vendedor de cuadros exhibía una virgen guadalupana de estilo cubista. El joven vendedor de origen humilde, mostraba en su piel los embates del sol tropical, por su aspecto rural le pareció un moderno Juan Diego cuya misión era recordarle al mundo que las encomiendas divinas no son voluntarias.
No bien intentó atravesar la Avenida una camioneta tripulada por una minúscula hermana mercedaria estuvo a punto de atropellarlo. En aquel enorme vehículo con todas las comodidades que puede ofrecer la tecnología sólo se alcanzaban a ver las cabezas de las hermanas que por mayoría viajaban en aquel lujo, mientras el Juan Diego del siglo XXI se perpetuaba en los anales de las imágenes cotidianas bizarras e injustas.
Otra señal pensó. Así que para evitar sobrecargarse de las mismas prefirió cortar camino por los callejones para llegar a la plazuela de la campana.
Como lo suyo de hecho no es la sociabilización y sólo la utiliza en contados casos y de manera limitada, como el entablar una conversación rutinaria con el mesero. Canito escogió el lugar del fondo, aquellos que ni los meseros recuerdan, un lugar distante de todo y de todos, pero cerca de la ventana.
Desde la ventana podía observar la calle, ir y venir de los transeúntes, de los vivientes sin vida, de los silencios solo interrumpidos por la bocina de un taxi cuyo conductor está furioso con la programación mal hecha del semáforo.
Tomó su botella de cerveza y se la empinó, mientras esperaba su dotación de cacahuates rancios, hizo un análisis de su entorno esperando encontrarla, como siempre en su mente atormentada, intento fingir que no era así, aunque su imaginación le jugaba malas pasadas y la hacia verla pasar por cada esquina con aquel caminar saleroso.
Así, mientras esto hacia, fijo su mirada en una tienda ubicada frente a la ventana de la esquina solitaria. Era una tienda de artículos religiosos, en cuya entrada de regular estatura, se encontraban exhibiendo dos imágenes. Una del Sagrado Corazón y otra de San Judas Tadeo. Ambos figuras perecían mirarlo con atención, asechando sus movimientos, indagando, censurando.
Canito se empinaba la botella, y de reojo observaba las imágenes. Le parecía que una de ellas, la del frente estaba por recibirlo, con sus brazos abiertos y sus destellos divinos. Quiso ocultarse tras la botella, pero no pudo, al mirar por el oscuro vidrio las imágenes se distorsionaban. Canito no es creyente de las señales, desconfía de los pronósticos del tiempo y de las aseveraciones de los que leen los cielos. No porque este nublado lloverá o porque ella no le hable es porque no le ama. Un trago más para pensar mejor las cosas, sin embargo Jesús sigue mirándolo fijamente, no parece alegre, mucho menos parece decir salud, es como un mensaje o como una forma de comunicarse íntimamente con Canito. No lo sabe, ni piensa mucho en averiguarlo. Mira a un lado, mira al otro, observa al mesero. Canito se cambia de lugar.
Fotos: Francisco Almazan
Miguel Salvador
1 comentario:
los felicito a todos. Soy muy malos
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