lunes, 10 de enero de 2011

Qué te Cuento; Tan Cerca, Tan Lejos

Qué te cuento

        Poesía breve, ideas eficaces, un apretón a las palabras para ver qué más dicen sin alejarse de sí mismas; por ejemplo, pasado = recuerdo, presente = lo nuevo, futuro = sueños. El acierto final está en una palabra que aclara: cultivo sueños. Es decir, no sueña sino que cuida y hace crecer sueños que llegado el momento serán lo nuevo, el presente, más vida. Puede decirse que con unas cuantas palabras acerca el futuro para hacer más durable su presente. Y así va Jorge Hernández Utrera, quien junta más poemas a su colección. En Nubes de espuma (Conaculta-Ivec, 2010) suman cincuenta y nueve, entre los cuales hay seis haikú y cuatro minipoemas.

            ¿Qué hace el poeta en este nuevo libro?* Balancea su vida, hace el balance de sus cuentas, reflexiona sobre el debe y el haber. Cuenta que le dicen maestro, lo que hace un poeta, que escribe versos, que busca palabras, que vive entre abismos, confiesa desventuras, busca respuestas, caminos imposibles. Destaca la búsqueda de equilibrio entre recuerdos, deseos y sueños. Hernández Utrera dibuja los planos de su vida. Cuando habla de las mujeres que ha tratado en su vida no puede evitar trazar una línea de tiempo, el ayer y el hoy.

            El jugueteo del poeta malabarista se interrumpe en las páginas 54-58, donde ubica cinco poemas de mayor extensión, casi dos décimas unidas en cada poema. Toma un respiro. En las manos detiene los aros y las esferas de los regocijos que comparte a manos llenas: pleno, nota que alguien falta.

            Piensa en las calles. Hace unos años Jorge Hernández Utrera escribió una columna, “Cotidianas”, en el periódico Sur, hoy Imagen de Veracruz (veinte años cumplidos el pasado diciembre). Eran crónicas de los sucesos de la ciudad, los que no llegan a ser motivo de preocupación fuera de una junta de vecinos. En esos días se ocupó de los llamados vendedores ambulantes, que uno podría imaginar tocando puertas y caminando sin descanso, incluso sobre ruedas, como se les denominó cuando invadían ciertas calles un día de la semana y que se retiraban al anochecer. En el poema que empieza “Hay calles que se alargan”, Hernández Utrera escribe que éstas están llenas “de ambulantes fijos”, es decir, de vendedores que ocupan el mismo lugar todos los días por largas temporadas y más bien para siempre. Las calles, ¿qué haríamos sin las calles? Bien vistas, nos dice el poeta, son rutas “de un viaje imaginario”.

            Invertebrado es una palabra que usa para “hamaca” (pág. 42), aplicada a un sentimiento repentino, como en el verso “me cuelgo de la tarde”. También aparece acompañando a sueño, en la neblina (pág. 56).

            En el tercero de los poemas que comentamos, el asunto es elegíaco. Una persona, un caracol, el mar, el recuerdo de unas manos: “todo está como siempre / como entonces”. En el cuarto poema agrega una visión cósmica: “y ya no habrá reposo / si se acaba lo inmenso”, “los incendios de sombras / apaga”. Y en el quinto, para disolver el nudo en la garganta, exclama que “Él era apenas un poeta”, que “nunca quiso dejar de ser poeta:

            “Fue por ese deseo primigenio
            que detuvo la tarde
                                   para quedarse en ella”

Incluye entonces el único poema del libro que tiene título: “La leyenda de los baluartes”, en donde propone la construcción de “una baluarta” que acompañe al solitario baluarte Santiago.
            Y vuelve a empezar la música y el poeta lanza los aros y las esferas: sonríe, agradece a las mujeres que le han acompañado en el proceso de construir su vida. Así saluda el poeta a sus lectores, a quienes deja más alegría que la que han podido juntar por sí solos.


 *Libros anteriores: Líneas suspensivas, Ivec, 1995; Palabras sin tiempo, Lina Zerón ed., 2008.





 Tan cerca, tan lejos

    
           Esencia, brevedad, átomo, condensación. Estas palabras nos ayudan a leer los poemas de Marianhe Jalil incluidos en el libro En un mínimo infinito (Conaculta-Ivec, 2010), quien cita en la primera hoja a Efraín Huerta: poemínimo es una galaxia, algo más grande que el mundo que puede evocar cada persona al leer. Y más, porque incluye humor y libertad de creación:
            “…el poemínimo está a la vuelta de la esquina o en la siguiente parada del Metro. Un poemínimo es unamariposa loca (…) y no lo toques ya más, que así es la cosa, la cosa loca, lo imprevisible”.
           
            He visto a amigos, poetas de tiempo, ¿de peso?, completo, que al caminar ven algo que les llama la atención y les sugiere un verso, o más, algo que sabemos va a ser un poema, o parte de un poema, en cuanto el “inspirado” pueda anotar y borrar y fabricar una nueva obra. El poemínimo, según teorizó Huerta, toma la velocidad de la luz que aman los fotógrafos, el instante. La cámara del poeta son los ojos y en el cerebro, que tenemos lleno de palabras, se crea algo, no una imagen, sino una galaxia, o una “mariposa loca”, si sabemos verla.

            En el lenguaje urbano de Huerta, que vivió en la ciudad de México, lo sorprendente está donde uno menos lo espera.

            Para los surrealistas lo sorprendente era lo extraño de una combinación. Para Huerta sería lo bien mirado, algo común al que puede despojársele del cansancio con que los transeúntes lo han ido apagando.

            José Juan Tablada trajo de Japón hace cien años el haikú y escribió en esa forma. También nos dejó caligramas, como los de Apollinaire. Pero el haikú tenía limitaciones en el número de sílabas, en la combinatoria y, claro, en la sorpresa. El agua y el pincel subyugan a los acuarelistas; la rama y la flor son las mismas y cambian constantemente cuando diferentes artistas las plasman.

            Marianhe Jalil mezcla y obtiene obras convincentes:
           
Aunque es infierno
            el caos de esta Tierra,
            veo ciruelos en flor.

Y luego, con un ligero cambio, suaviza el paisaje:

            Hojas de maple
            en el camino a tu casa.
            Y es invierno.

De Huerta toma un poco de ironía, lo imprevisible y la “mariposa loca”.

            Su libro incluye ocho poemas un poco más largos, escritos con los recursos de versificación tradicionales, del que el titulado “En un mínimo infinito” impone orden. Hay otros dos que son haikú aunque tengan sílabas de más: “Interminable” y “Eterno”.

            La frase mínimo infinito, que Rafael Courtoisie identifica como un oxímoron en su texto de introducción al poemario, es una clave: un instante es algo durable (el recuerdo de un amor) y el infinito, un límite cercano. En los poemas de Marianhe Jalil hay una tensión entre ausencia/presencia de la persona que se recuerda/se siente.       

            El libro empieza con nostalgia. Una mujer espera a su amado (Penélope, Ulises): “Hay eco en mi alma / de tanto vacío por tu ausencia” (pág. 35). Recuerda y se siente encerrada en hielo. Quizás el sol derrita las paredes (págs. 15, 48, 65, 75). Pasa el verano y en el otoño: “Ulula el norte. / Canto de sirenas / en tu ventana” (pág. 54). Al final destaca una palabra portuguesa: saudades (soledad, añoranza) y vislumbra un nuevo estado de ánimo: “Con un buen Rioja / saboreo memorias / de instantes con historia”.

Entonces la poeta usa otra palabra extraña: ecdisis, que lo mismo significa salida que evasión, y que se refiere también a la “muda de los artrópodos” (crustáceos como el camarón y la gamba), cambio de piel como ocurre con las serpientes (p. 68).
            El hallazgo es la serenidad:


Estás aquí mientras te piense
y me siento hermosa con tu recuerdo.
(…)
En mí te quedas.
En ti me quedo.”

El libro va acompañado con fotografías de Carlos Cano.

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