martes, 4 de noviembre de 2008

Entrevista a Jaime Baca Olamendi.

UNA CONVERSACIÓN CON JAIME BACA OLAMENDI, HIJO DE UNO DE LOS TRES MOSQUETEROS.

Por: Peniley Ramírez Fernández


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PRIMERA PARTE

Sobre la vida de Jaime Baca Rivero.

Nació en la calle de Emparan de esta Ciudad y Puerto en 1930. Por la muerte de su abuelo paterno, el escribano público Don Andrés Baca Aguirre, y por las desventuras económicas que se derivaron de dicho suceso, su padre Don Joaquín Baca Aguirre, que vivía ahí con su esposa y sus dos primeros hijos (uno de ellos mi padre) traslada a su familia a la que fue conocida como la “Colonia Roma”, específicamente en las casitas de madera que actualmente se observan en la calle de Constitución, entre madero e Hidalgo. Ahí vivió hasta que se fue a la ciudad de México a estudiar la Universidad.

Estudió la licenciatura en Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la UNAM, que en la década de los cincuenta, del siglo próximo pasado, se ubicaba en San Indelfonso, aquel barrio emblemático para las juventudes provincianas que acudían a la ciudad capital. En ella recibió cátedra de ilustres juristas, entre los que se encontraba la legión de mentes brillantes del exilio español.

Presidió el Centro Universitario Veracruzano, que agrupaba a los estudiantes de esta entidad. Debido a ello, entabló amistad con Marco Antonio Muñoz Turnbull y Miguel Alemán Velasco, futuros gobernadores de Veracruz. Su trayectoria laboral y profesional fue un largo y extraordinario andar de más de treinta y cinco años en la administración pública federal.

En una ocasión, una solicitud de audiencia que realizara junto con dos amigos al entonces Secretario del Trabajo, Don Adolfo López Mateos, marcó el inicio de su exitosa carrera. Gracias a su reiterada insistencia, fueron recibidos con simpatía por parte del entonces Ministro. Lo que más recordaría el futuro Presidente de México, y por lo que los bautizó como “Los Tres Mosqueteros”, fue que al paso de los días, cada uno de ellos se negara a aceptar la plaza laboral vacante que se le ofrecía, si los otros no eran también contratados. Esta situación llegó a desesperar a Don Adolfo y originó que empezaran, los tres, en la intendencia.

Trabajaría a las órdenes de Doña Cristina Salmorán de Tamayo, cuyo nombre lleva hoy la biblioteca de la Suprema Corte de la Nación. A lo largo de los años, colaboró con muchos de los personajes que forjarían nuestra nación. La correspondencia en nuestra casa nunca dejó de sorprenderme. Pero, sin duda, la relación laboral que lo marcaría para toda su vida, fue su paso en sus primeros años de servidor público como Secretario Particular de Don Javier Barrios Sierra, en ese entonces Secretario de Obras Públicas, quien llegaría a ser Rector de la UNAM. Admiró profundamente su sencillez y su gran inteligencia, pero sobre todo, su honradez.

Sería extenso hablar de cada uno de los cargos que ocupó, pero puede destacarse el hecho de que fue Director General de Personal de dos de las más grandes secretarías de Estado: la SCT y Comercio y Fomento Industrial, así como que durante algunos años, fue el responsable de la administración de los recursos empleados en la construcción de las escuelas de todo el país.

Paralelamente a sus diversos cargos públicos, se desenvolvió en una intensa actividad intelectual. Durante años presidió el Instituto de Administración Pública y presentó ensayos en distintos foros nacionales e internacionales. Entre ellos, destaca “La Descentralización de la Vida Nacional”, que contenía su propuesta para crear lo que, al paso del tiempo, serían las delegaciones políticas del D.F. En esos años, se conecta con los ideólogos más importantes del momento: Jesús Reyes Heroles, Enrique González Pedrero, Alejandro Carrillo Castro, entre otros.

No obstante ese largo andar, nunca se desvincula de su tierra. Periódicamente manda artículos a la prensa porteña sobre cuestionamientos acerca de la historia de Veracruz o sobre las necesidades para su desarrollo. Recuerdo haber leído artículos suyos de la década de los setenta sobre Francisco Javier Clavijero o sobre el fuerte de San Juan de Ulúa. Incluso, viene a la Ciudad en ocasión del aniversario del natalicio del máximo poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón y lee un discurso en su honor en la glorieta que aún lleva su nombre. En los ochenta recibe un reconocimiento del Ilustre Instituto Veracruzano. En la última etapa de su vida, regresa a su querido Puerto y se entrega de lleno a dos pasiones: al ejercicio notarial y la investigación histórica.


SEGUNDA PARTE.

Relación con su familia.

Con mi madre fue siempre un caballero y un eterno detallista. A sus hijos, nos educó con amor y respeto, pero sobre todo, con sabia comprensión. Con él nada fue fácil, porque ahora entiendo que nos procuraba formación, pero también nada fue imposible. Buscó siempre hacernos personas de bien y conectarnos con la cultura, sobre todo, con el mundo de la lectura. Sus pláticas estaban llenas de conocimiento y nunca faltó una respuesta. Recuerdo mucho sus citas de investigadores franceses, italianos, alemanes o estadounidenses sobre el extraordinario comportamiento de la mente humana, nuevos descubrimientos históricos o tecnologías empleadas para el desarrollo de las sociedades. También sus constantes menciones a libros y autores, como una constante invitación a descubrirlos. Nunca dejó de crear, de leer, de investigar.

Su herencia más importante.

Creo que su herencia tiene dos importantes proyecciones: la primera, sobre la integridad como necesaria condición para la vida. Su trayectoria vital -guiada por sólidos valores y principios morales, no obstante haber ocupado elevadas responsabilidades públicas- lo llevó a un reconocimiento constante por su desempeño honorable y profesional.
La gente le cuestionaba sobre el porqué no tenía diversas propiedades o abundantes cuentas bancarias; él siempre respondía, sencillamente, que no había tenido la oportunidad de ganar las cantidades de dinero necesarias para conseguirlas, ya que sólo había vivido de sus sueldos. Recuerdo que muchas veces presentó su renuncia, que algunas veces le fue rechazada, por situaciones que él consideraba ponían en entre dicho su integridad.

La segunda se refriere a sus contribuciones a favor de la investigación histórica porteña. Como apasionado lector de ella y conocedor de la historia nacional e internacional, decía que la grandeza de los pueblos se originaba en el descubrimiento de su identidad. Para encontrarla, resultaba necesario que primeramente se reconociesen a sí mismos haciéndolo, claro está, a través del estudio de su historia. Es decir, no podría nunca hablarse, con sustento suficiente, tanto de su presente y de su futuro sin antes descubrir qué los hizo ser lo que son.

“La aventura resultó ser, para este lugar de encuentro entre dos mundos y para ese veracruzano excepcional, un encuentro con las fechas, los lugares, las anécdotas, las narraciones y los personajes, que finalmente develarían la raíz de ese linaje heroico y de ese carácter bullanguero, producto de una larga e intensa relación con visitantes de todo el mundo, la mayoría desafortunadas, y que moldearon la identidad jarocha”.

Un recorrido de investigación que lo adentró en una de las partes fundamentales de la historia de México; en un capítulo esencial que sirve para descubrir cuáles fueron los orígenes de nuestra idiosincracia y cómo se inició la formación de una nueva nación.

Fue un protagonista de la formación del México moderno, ya que venía de una familia sin grandes riquezas materiales, pero colmada de cultura y de destacadas participaciones sociales. Su abuelo, el escribano público Don Andrés Baca Aguirre, había presidido la resistencia civil en la última invasión norteamericana, citado por el historiador Rafael Domínguez como el abogado más destacado del foro veracruzano al principio del siglo XX. Fue por algunos años Secretario de Gobierno del gobernador Heriberto Jara Corona, y su padre, el Notario Público Don Joaquín Baca Aguirre, fue reconocido por mucho tiempo como un aguerrido luchador social, siendo articulista de diversos diarios de la República Mexicana, entre ellos El Universal de la ciudad de México, y que fue incluido por Alberto J. Pani en una de sus obras dedicadas a los personajes destacados de la vida nacional.


TERCERA PARTE.

Sobre su labor como notario, vigente en Veracruz.

La función notarial, creo yo, se encuentra seriamente amenazada por una serie de tendencias mercantilistas y de influencias de libre mercado. Un hecho no debidamente advertido por el gremio notarial es que dichas tendencias pretenden lograr su paulatina desaparición; al menos de la forma como hoy la conocemos, de origen latino, con raíces romano-germánicas. Es decir, se pretende convertir a las Notarías en simples tramitadoras en procesos de desregulación económica, buscando ganar puntos dentro de esquemas de rapidez y calidad del servicio, olvidándose que el servicio que presta el Notario Público debe llevar los tiempos necesarios para que conozca a las partes involucradas, juzgue sobre su capacidad, analice todos los aspectos legales y redacte un contrato adecuado al caso concreto.

El Notario debe entrevistarse con los otorgantes, brindarles asesoría e indicarles las consecuencias jurídicas del acto que firmarán. Esta es precisamente la labor que mi padre como Notario Público desempeñó, lo que debe destacarse en el contexto de esta tremenda lucha por preservar el verdadero significado de la función notarial. Todavía hoy llegan a buscarlo muchos clientes, por su amena charla, por la tranquilidad y confianza que sentían al tratar con él sus asuntos, por sus consejos, y además, claro está, por sus pláticas sobre la historia de nuestra Ciudad. La gente se percataba de que estaba ante un hombre con conocimientos legales, pero también con un hombre de cultura, como un ser humano de trato amable y educado, que analizaba con respeto y honestidad las situaciones planteadas por los solicitantes del servicio. Luchó mucho por defender los principios y valores que deberían observar los notarios en el ejercicio de su función.

La responsabilidad social de un Notario.

Alguna vez lo bromeábamos al decirle que más que una Notaría la suya parecía la beneficencia pública. Es que ayudaba mucho a la gente de bajos recursos económicos. Mi padre sostuvo siempre que debía brindarse a favor de las causas más sentidas de la sociedad, ya que consideraba que su posición como fedatario público, lo colocaba en un lugar privilegiado para ayudar a los que más lo necesitaban.

Mucha gente lo conocía. Casi día a día conocía a alguien diferente. Se los ganaba con su sencillez y amabilidad. Le gustaba mucho caminar por las calles del Centro; había sido un viajero incansable por el mundo, especialmente en Europa, de donde cultivó su amor por las pequeñeces que hacen grande la vida de los pueblos. Iba y venía en taxis. Apreciaba descubrir nuevas fondas o de comidas corridas, o buscar algún producto en los mercados. Continuó toda su vida leyendo y se relacionó con el medio cultural y artístico porteño. Es por eso que difundió de forma muy extensa, desde la propia gente veracruzana, el bolero, la del puesto de periódico, el cartero, el taxista o sus clientes de la Notaría, a través de diversas crónicas de la ciudad y puerto de Veracruz.

Mandaba publicar sus investigaciones y las regalaba a todo el que podía, con el simple propósito de difundir nuestra historia local. Así ocurrió de manera destacada con su folleto sobre las “Cuatro veces que fue heroica la ciudad de Veracruz”, y por el que advirtió a la población sobre la equivocada concepción, por cierto muy antigua, de que nuestra ciudad lo era sólo por tres ocasiones. Igualmente sucedió con sus “Consideraciones históricas sobre la construcción del fuerte de San Juan de Ulúa”, con la que ciertamente sentó las bases para las posteriores acciones para su rescate.

Podríamos citar unas diez investigaciones más que se publicaron por su bolsillo y que únicamente le retribuían la satisfacción de difundir la cultura jarocha. Es decir, mi padre fue un verdadero cronista que nunca necesitó ser “designado” para ello; nunca lo pidió, como sucede con los grandes hombres, aunque debo reconocer que en sus últimos años de vida, cuándo yo se lo comenté como un reconocimiento a su incansable labor, alcancé a ver unos ojos que terminaron por humedecerse y que inmediatamente limpió con sus dedos, claro está, para que yo no percibiera su anhelo. Bueno, así a veces suceden las cosas en nuestro país.

Sobre su labor como cronista. Influencia en sus hijos.

Creo que a nosotros nos educó con una enorme sed de descubrir la historia nacional, y en especial, la de su querido Veracruz. Cuando vivíamos en la ciudad de México y veníamos a estas latitudes, nosotros, seguramente a diferencia de muchos otros visitantes, no sólo encontrábamos el sol, las palmeras, la playa, el café de la Parroquia, el malecón, sino también era un encuentro con diversas historias, desde la llegada de Cortés, pero sobre todo, la visita a los lugares en los cuales habían ocurrido. Yo crecí con la interrogante del porqué no había más monumentos o señales históricas en el lugar por donde había entrado la religión, la cultura, el idioma, nuestras raíces occidentales.

Hoy en día, creo que yo y mis hermanas seguimos cultivando el amor por este maravilloso lugar de encuentro entre dos culturas, y en el que, finalmente, comenzó a formarse nuestra Nación.

El legado.

El más destacado, desde mi punto de vista, es que no sólo las instituciones públicas de cultura o educativas son las responsables de la investigación y difusión de la historia. El ámbito privado igualmente lo es, también ahora con las ONGs y demás organizaciones de la sociedad civil, puede investigarse, promoverse y difundirse la cultura porteña.
En ello consiste su mayor legado, la enseñanza de no depender del apoyo o el cobijo de nadie para lanzarse al descubrimiento de las raíces históricas. Él, con modestos recursos, logró difundirlas. El amor por la historia porteña no debe limitarse a los reconocimientos oficiales, sino por el contrario, debe originarse y auspiciarse en instituciones de enseñanza y de cultura, para brindar los resultados esperados por la propia sociedad. 

Primer Premio de Joveness Cronistas Jaime Baca Rivero. 
Consideraciones.

Quiero expresar mi mayor agradecimiento al gobierno de la Ciudad, en especial a su Director de Cultura y a Miguel Salvador, Director del Museo de la Ciudad, por reconocer la labor de mi padre, nombrando este importante Premio en su honor. Estoy seguro que muchos jóvenes habrán escuchado o leído de él. En su vida y trayectoria como historiador, encontrarán una buena guía para desarrollar sus talentos.

Creo que es muy pertinente, porque con ello se demuestra que nuestra sociedad sigue cambiando en todos los órdenes de la vida social, y ahora también se reconoce a los luchadores culturales. Aunque en su momento fueron ignorados, su fuerza dentro de la propia comunidad porteña, se debe a los sólidos lazos de afecto y compromiso honesto con intelectuales, artistas, historiadores, investigadores, en general, con hombres y mujeres comprometidos con en el rescate histórico de esta maravillosa Ciudad. Se terminó por hacer justicia, aunque sea un poco tarde, pero finalmente llegó el merecido reconocimiento para un veracruzano excepcional.

Creo que la historia, en especial la nuestra, merece una oportunidad. Ya la ha tenido, y mucho, la vida estresante y materializada que comentas, basada sobre todo en la carrera del consumismo y el afán de poseer cada vez más riquezas económicas. Es momento de dar un respiro, detenerse, reflexionar sobre cuál es el origen de nuestra Ciudad, de su propia sociedad, que al caminar tan rápido hacia su desarrollo, se encuentra obviando las bases mismas sobre las que debiera construirlo.

Una muy decidida labor de difusión de la historia porteña, generaría los consensos necesarios al interior de nuestra comunidad, sobre los lugares históricos que hay que rescatar, y aún que develar ante su olvidado emplazamiento, así como un renovado interés nacional e internacional, sobre la importancia del primer puerto de América continental. Con ello, Veracruz puede resurgir como un lugar obligado del turismo histórico, claro está, haciendo a un lado viejos prejuicios sobre la licitud de la conquista. Hacer remembranza de las dos culturas que se encontraron aquí, con monumentos, plazas y obras culturales, ya que lo que crearon fue nuestra propia identidad.


lunes, 13 de octubre de 2008

Psicótrope arte digital


Por: José Francisco Almazán Guillén


Con gran éxito se inauguró el día 9 de Octubre de 2008 en el Museo de la Ciudad de Veracruz "Manuel Gutiérrez Zamora" la exposición "PSICÓTROPE" arte digital del reconocido fotógrafo Isidro Laisequilla, dicha exposición consta de 45 obras de mediano y gran formato. Todas ellas manipuladas e impresas en medios digitales, capturadas con cámaras de teléfonos celulares convencionales y cámaras web.

Se contó con la presencia del Alcalde de Veracruz, Dr. Jon G. Rementería Sempé, El Diputado José Ruíz Carmona, El Director de Cultura Municipal Mtro. Luis Fernando Ruz Barros y el Lic. Miguel Salvador Rodríguez Azueta administrador del Museo de la Ciudad, entre otras reconocidas personalidades del puerto de Veracruz.



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Presentación del Libro "La Tercera H"

Presentación del libro LA TERCERA H de Miguel Salvador, Biblioteca Carlos Fuentes, Jueves 16 de Octubre a las 18:00 horas, Xalapa Veracruz.



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miércoles, 17 de septiembre de 2008

Breve descripción de la ciudad amurallada de Veracruz



Por: Ricardo Cañas Montalvo.


La muralla que circundaba la ciudad de Veracruz se comenzó a construir el 17 de mayo de 1683 debido a los ataques de corsarios y piratas como Laurent de Graff, mejor conocido como Lorencillo. Fue terminada hasta 1790, después de un largo proceso de construcción y adaptación. 

Medía cuatro varas castellanas de alto (1 vara = 83.59 cms), una de ancho y 3,174 varas de longitud, adosados a la misma nueve baluartes que la resguardaban. Todos éstos tenían nombres religiosos. Eran:

1.- Baluarte de La Concepción o Caleta.
2.- De San Juan.
3.- De San Mateo.
4.- De San Javier.
5.- De Santa Gertrudis.
6.- De Santa Bárbara.
7.- De San Fernando.
8.- De San José.
9.- De Santiago o del Polvorín, siendo éste último el único que todavía existe.

Los cuarteles militares en conjunto podían portar hasta cien cañones para su defensa. La muralla tenía para su acceso tres puertas de tierra y una de mar, las cuales se abrían a las seis de la mañana y se cerraban a las seis de la tarde.

La puerta más importante era la Puerta México, ubicada al noreste, en lo que hoy sería la calle de Constitución entre 5 de Mayo y Madero, casi frente a la escuela primaria Vicente Guerrero y a tan sólo unos pasos de la iglesia de la Divina Pastora. Prácticamente en esta puerta iniciaba el Camino Real.

Le seguían: la Puerta Nueva o Acuña al oeste en lo que hoy es Zamora entre Degollado e Hidalgo y la Puerta Merced al sur en lo que hoy sería la entrada de la avenida Independencia esquina con Rayón. Del lado del mar estaba la hermosísima Puerta de Mar, o Del Muelle y frente a ésta -por el interior de la  ciudad- se encontraba la Plaza del Muelle en la cual eran depositados al aire libre todas las mercancías que bajaban de los barcos, sin existir zona fiscal.

Afuera de la Puerta de Mar estaba el Muelle, que había sido reconstruido con piedra en 1843 y en donde se encontraban los aparejos de madera que servían para la carga y descarga de mercancías que traían las Falúas desde los barcos amarrados en San Juan de Ulúa y también de personas que llegaban por barco a Veracruz. La muralla encerraba 64 manzanas y 1106 casas.

La ciudad de Veracruz se encuentra trazada –por lo menos en su Centro Histórico- por las Ordenanzas de 1573 del rey Felipe II para la construcción ciudades costeras de Indias. Por ello, podemos apreciar la Casa de Cabildo o Palacio Municipal, frente a ella la Plaza de Armas, hoy Zócalo, al lado soportales para mercaderías y una iglesia, hoy Catedral de Veracruz.

El drenaje era a base de caños a cielo abierto en medio de todas las calles con declive hacia el mar, las cuales eran limpiadas por personal del Ayuntamiento. La ciudad se abastecía de agua por medio de un antiguo acueducto subterráneo construido por un fraile franciscano de nombre Pedro de Buceta en 1723.

Traía el agua de la Laguna de Malibrán hasta la ciudad, para surtir las primeras cinco fuentes públicas. Hasta los años sesentas del siglo decimonónico se pudo lograr la introducción de las aguas del río Jamapa y las fuentes públicas aumentaron a doce.

En 1868 se construyeron los Lavaderos Públicos para la población, ubicados en la Plazuela de Loreto, hoy parque de  La Madre.

Las calles de Veracruz estaban empedradas desde 1780, y desde 1855 se alumbraba la ciudad por las noches con 250 lámparas de gas alimentadas por el “gasómetro”, que se encontraba a extramuros.

 Tenía un mercado llamado Trigueros, inaugurado en 1841, un edificio para la carnicería y pescadería, así como tres iglesias intramuros las cuales  eran La Divina Pastora, La Asunción de María (hoy catedral), la capilla de Nuestra Señora de Loreto y la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, la cual tenía un “camposanto” a extramuros, clausurado en 1848.
En su lugar se abrió un nuevo Cementerio General muy bien hecho, bardeado, con una capilla al centro. Se encontraba en lo que hoy es el Parque Ecológico. Fue clausurado en 1930.
La ciudad constaba, además, de seis conventos con escuela, cuatro hospitales, un teatro Principal, hoteles, mesones, comercios importantes, boticas, cafés, restaurantes y servicio de tranvías de tracción animal (mulitas), desde 1864 llamado Ferrocarril Urbano de Veracruz.  

A extramuros, al sur, se encontraba el parque de La Alameda y a un lado de éste la Plaza de Toros, que era de  madera. Muy cercano también estaba la primera estación del ferrocarril.

El Matadero o rastro se ubicaba muy al sur, cercano a la playa, seguido por los “Hornos” para cal y ladrillo. Había una Casa de Correos y desde 1855 se contaba con servicio de telégrafo.

Frente a la Puerta México estaban los almacenes de Las Californias, los cuales daban el servicio de hospedaje a los viajeros llegaban a la ciudad en horas en que las puertas estaban cerradas.

La ciudad amurallada de Veracruz tuvo su primer cuerpo de bomberos desde 1873, siendo éste el primero de América Latina.

Su población fue variante debido al azote de epidemias y batallas sufridas. Los nombres de las  calles de la ciudad amurallada variaban en cada tramo y se nombraban de acuerdo a algo que estuviera o que había sucedido ahí. Sólo la hoy avenida 5 de Mayo se llamaba en su totalidad  Avenida de las Damas, ya que por ésta paseaban las damas que habitaban la ciudad.




El inicio de la demolición.

Desde mediados del siglo XIX se hablaba ya de la necesidad de saneamiento de la ciudad de Veracruz. Se hablaba también de que la muralla impedía el libre paso del aire 
por sus calles.


En la década de los sesentas del siglo XIX se rompió parte de la muralla para que pudiera entrar el ferrocarril a la ciudad. Esto se realizó en el tramo que correspondía entre el baluarte de San José y el de Santiago, justo atrás de lo que hoy es  el IVEC.

Los vientos del norte formaban enormes montañas de arena que se acumulaba sobre la muralla y que en ocasiones la llegaban a cubrir en su totalidad. La gente de manera muy curiosa entraba a la ciudad caminando por esos arenales encima de la muralla, ya sin utilizar sus puertas vigiladas. Además, se erogaban grandes gastos en el retiro de esa arena.

En febrero de 1880, una carreta entró a la ciudad por la angosta Puerta de la Merced -la cual estaba abarrotada a sus lados por vendedores de fritangas y muchos otros productos- y por desgracia atropelló y dio muerte a una  niña. Este hecho, registrado en el Boletín Municipal que emitía en Ayuntamiento de esa época, marcó la pauta para que las gestiones de la demolición de la muralla se acentuaran. 


Se  solicitó permiso primero para la ampliación de dicha puerta, siendo concedido. Los trabajos comenzaron de manera casi inmediata, pero el asunto no paró ahí.
Meses más tarde, una comitiva municipal conformada por el Alcalde de Veracruz, Don Domingo Bureau Vázquez, y los regidores Don  Francisco Canal y  Don José González Pagés, partió hacia la ciudad de México a entrevistarse con el presidente Gral. Porfirio Díaz Mori, el cual terminaba su primer periodo de  gobierno, para  solicitarle el permiso para la demolición total de la muralla que circundaba a la ciudad de Veracruz, la cual pertenecía en tutela a la Secretaría de Guerra y Marina (hoy Secretaría de la Defensa Nacional).

Díaz concedió el permiso y también el beneficio de poder vender y utilizar por parte del Ayuntamiento la piedra que se sacara de la misma.

La demolición de la muralla comenzó el 14 de julio de 1880 con una solemne ceremonia. A las cuatro de la tarde salió del Palacio Municipal el Alcalde Bureau, acompañado del cuerpo edilicio, comerciantes, vecinos , la Banda de Música Municipal y unos “rallados” (presos de San Juan de Ulúa que vestían un uniforme de rallas). Caminaron por la calle de María Andrea (Zamora) hasta llegar a la Puerta Nueva o Acuña en donde, después de un emotivo discurso y muchas aclamaciones, se dio el primer barrenazo de la  demolición de esa muralla que, completa, había durado menos de cien años. 

Con su demolición se logró unir el interior de la ciudad con los crecientes barrios a “extramuros” como La Huaca, Mondonguero, Caballo Muerto y Californias. Así el Ayuntamiento podía también cobrar allí impuestos municipales.

La piedra fue vendida por el Ayuntamiento y en ocasiones sirvió también de paga para los colaboradores en la demolición, pues no había muchos fondos económicos para el pago del mismo trabajo.

Se ocuparon inclusive hasta sus  cimientos, por lo que muchos edificios que están en el Centro, en lo que sería las cercanías de la muralla, están construidos con piedra de la misma.

La demolición del recinto amurallado duró también varios años, quedando solamente para servicio del ejército el Baluarte de Santiago y los cuarteles Hidalgo y Morelos,  derrumbados alrededor de 1945, y que se encontraban en donde hoy está la tienda Casas Castilla, el Teatro de la Reforma y el Palacio Federal.

Jaime Velázquez, sobre el canibalismo del DF y 20 años de literatura veracruzana.


Por: Peniley Ramírez. Fotografía: Viviana Alcohón. 


Jaime estudió Letras en la UNAM y fue becario del Centro Mexicano de Escritores en el periodo 1984-1985. Ha publicado los libros de poesía Viaje de Regreso, Adolescente y Concreción del Alba. Sin embargo, en Veracruz todos le recuerdan siempre que trabajó en la Revista Vuelta, fundada por el Premio Nobel Octavio Paz. Llegó a Veracruz en 1985 y hoy es considerado por muchos como la persona más incluyente dentro del medio literario de la ciudad. “Jaime siempre está dispuesto a ayudar, siempre da oportunidad para todos” dijo una vez Ignacio García. Más de treinta años de promotoría cultural avalan su opinión. Sin embargo, él mismo se considera “rajado” de la carrera literaria. En esta entrevista, de cara a su conferencia “Fin de siglo, los años recientes en la literatura veracruzana”, él mismo nos cuenta qué fue de su vida antes y después de cambiar capital por provincia, y cómo afectó en su carrera como escritor. También, invita a considerar el oficio literario con un estilo personal, que suma una gran confianza y una ardua disciplina. 
  
¿Cómo se ganó la vida al salir de la carrera?  Al graduarme trabajé en la Revista Universidad de México, de la UNAM. Julieta Campos era la Directora. Estaba casada con (Enrique) González Pedrero. Ahora puedo decirlo porque ya él ha muerto. Ella dirigía la revista desde Villahermosa. Trabajaba como editor, aunque también publicaba reseñas de libros.

Mi primera portada presentaba varios jóvenes escritores opinando sobre la cultura de la época. Esto fue a fines de los setenta y principios de los ochenta. Era editor. La revista era de cultura, un concepto como la Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana.  Cuando empezó Unomásuno, al tiempo de Proceso y Vuelta, una nota mía apareció en el número 3. Luego estuve como colaborador en el suplemento cultural de Bellas Artes, era un proyecto interesante porque se metía en todos los periódicos. Iba muy bien hasta que alguien publicó algo contra la esposa de López Portillo y corrieron desde el director a todos los miembros del suplemento.


               En esos años me ganaba la vida en varios trabajos, uno importante fue en la Secretaría de Educación Pública (SEP) al frente de la edición de un catálogo llamado El Correo del Libro. Era un pequeño librito muy simple que salía una vez al mes, algo así como el que ahora editan los supermercados para anunciar sus productos. Con el catálogo vendíamos libros con descuento a los maestros de todo el país. Por correo pedían el libro de su preferencia y así se los enviábamos. Ida Vitale, poeta uruguaya, hacía la reseña de los libros. Cada mes se trabajaban alrededor de 70 títulos. Era muy buena opción para que maestros de ciudades donde no habían buenas librerías que tuvieran un acervo importante de libros tanto clásicos como de novedades literarias.

Después trabajé en El Gallo Ilustrado, suplemento del periódico El Día. Emmanuel Carballo lo dirigía. Allí fue donde hice por primera vez una antología de poetas jóvenes de ese momento. Platicando con Emmanuel, nos pusimos de acuerdo para hacer la antología, entonces quedamos de vernos en su casa y llegué con muchos libros, cuando él tenía pocos de poetas jóvenes. Me dijo que mejor lo hiciera yo, porque tenía todo el material. Incluí muchos autores del DF pero sólo uno de Guadalajara. No conocía a nadie más de fuera. Me di cuenta, ahí desde el DF, del gran problema del centralismo para el crecimiento de las carreras literarias en México.  
 ¿Aún sigues considerando este centralismo como vigente en la literatura mexicana? Sí, claro, es un problema del país, hay un centralismo en el DF, es un tema pendiente. Cuando vives en la orilla de un país no te preocupas mucho por eso, pero si vienes del centro sientes el trancazo. Una colección del CONACULTA, Tierra Adentro, no es del mar a la tierra sino del DF para allá. Esa es una muestra de a qué grado del centralismo es.
  
¿Por qué vino a vivir a Veracruz? A raíz del temblor de 1985.  Además, mi hijo Adrián tuvo problemas de respiración por la contaminación casi desde que nació. Cuando ocurre el temblor dices, ¿y aparte de todo me cae la ciudad encima? Y se las regalé. Le regalé el DF a todo quien la quisiera. Mi ex esposa es de aquí y vinimos a vivir con su familia. Fue muy fuerte, yo caminaba y no conocía nada, ni a nadie. Sin embargo, fue chistoso, porque en la carretera oímos en el radio que Gutiérrez Barrios anunció la fundación de un Instituto de Cultura y todos nos alegramos mucho. Pensé que ahí tendría trabajo. Y así fue.

En el Instituto Veracruzano de la Cultura (IVEC) me pidieron mi currículo y dijeron: ah, éste sabe hacer libros. Me dieron el Departamento Editorial. Yo era todo el Departamento. Me encargaba desde recopilar hasta armar y cuidar la edición de los ejemplares. Ahora me queda un sentimiento bonito, porque los primeros libros del IVEC yo los hice.

Encontré que algunas personas del Puerto con una obra de muchos años no tenían ningún libro publicado, así que me encargué de ir con ellos para que publicaran sus libros. De eso quiero hablar ahora. Los primeros fueron las memorias de Rafael Arreola y Luis Reverido, quien publicó cuentos.

Además, hubo unas jornadas de homenaje a Gonzalo Aguirre Beltrán, y de las ponencias hicimos un libro. Lo más difícil para mí era que no conocía a nadie. Tenía yo que empezar a conocer gente e inventar libros. Francisco Rivera Ávila (Paco Píldora) por esas fechas cumplió 80 años, tenía 60 años escribiendo estampillas en el periódico y no había publicado más que cuadernillos pequeños. Estuve dos años en el IVEC, siempre me pasaba así en esos años. Nunca duraba más que ese lapso en un trabajo.
  
¿Había dinero en el IVEC cuando se fundó? No sé nada de dinero. Sólo sé que cuando cumplimos el primer año la directora (Ida Rodríguez Prampolini) hizo su informe de labores y dijo que el 70% del presupuesto se iba en sueldos. 

¿Encontró empleo al salir del IVEC? Sí, mi ex esposa tuvo la idea de fundar el Centro de Estudios Hispano Mexicano, sitio donde aún laboro. Además en esos años, estuve haciendo notas en el IVEC para mandar a los periódicos, pero es trabajo, no algo que sale de tu corazón.
  
¿Qué hizo en ese tiempo que saliera de su corazón? Estuve en Sur organizando un suplemento cultural a principios de los 2000. Salía los viernes y se llamaba Viernes de Cultura en Sur. Antes había colaborado en Sólo para Intelectuales del Notiver y en El Dictamen.  Cuando sale el periódico Imagen (de Veracruz),  cambió el nombre, el formato y el diseño y ahí dejé de tener el suplemento. Y ahora colaboro con la página cultural que organiza Carolina Cruz en Imagen de Veracruz.

 ¿Después de esos libros que publicó recién egresado de la UNAM,  ha publicado otro? No. ¿Por qué? Piezas de Museo, mi primera publicación, era muy diferente. En el DF hay cierto canibalismo, es una dinámica muy fuerte. Hay veinte editoriales pero hay 2 millones de escritores. En Veracruz es diferente. Cuando llegué no había imprentas ni editores. Incluso, los primeros libros del IVEC se imprimieron en el DF. Es un abismo entre una ciudad y otra, actualmente lo más cercano es Xalapa.
               Acabo de ir a Monterrey hace poco, daba vueltas y no encontré eso que dicen del Gran Monterrey. Es que a esa ciudad le hace falta gente. En el DF van mil personas en cada banqueta. En Monterrey caminas tres calles y te encuentras una persona caminando de frente a ti, y es la misma banqueta. En el DF no ves ni las paredes. Por eso en Veracruz no he publicado más. Ya no era tan urgente publicar.
Por ejemplo, Vicente Quirarte era mi compañero de bancas. Lo conocí en la Universidad. Él hacía una revista y se sentaba a venderla en la Casa del Lago, como se ponen ahora los vendedores de pulseras. Estaba leyendo mientras la gente pasaba en pleno sol todo el domingo. De pronto sale un librote que pocos poetas tienen. Yo no quiero hacer crítica literaria sino que no me explico cómo se dan saltos tan grandes. Hay que ver quienes son los conocidos, la familia, etc. Esto no desmerece de su persona pero hace una diferencia. ¿Cómo se hace? Esa parte a mí me interesa mucho en cuanto a la historia de la literatura.
Cómo escribiste los libros, es parte de la historia de la literatura y debe ser contado. Por ejemplo, a Octavio Paz lo ayudaron mucho sus contactos en la Secretaría de Relaciones Exteriores y los contactos de la época. Uno debe ver en qué ambiente vivieron los escritores, quiénes visitaban su casa, quiénes eran sus padres y sus abuelos.  
  
¿Considera tan importante la ascendencia? Hay una tradición de continuidad que se da mucho en el DF. Por ejemplo, Tomás Segovia era maestro en el Colegio de México. El nivel como profesor es muy alto, independientemente de lo literario. Inés Arredondo también era una gran escritora. Ambos dejaron un camino para sus hijos hoy forman una élite entre los intelectuales mexicanos. No estoy haciendo crítica literaria, sino burocrática. Algunos tienen el camino ya hecho.
Los nuevos escritores deben ir encontrando el camino. Algunos lo hacen por medios de becas y concursos, otros se van directamente a las publicaciones. Tenemos el caso de José Luis Rivas. Su primer éxito fue una publicación en el Fondo de Cultura Económica. Actualmente, para que te publiquen ahí necesitas traer oro. ¿Cómo se metió? Pues trabajaba allí como corrector de estilo. Yo lo conocí cuidando ediciones de ahí. Esto no le quita ni le pone a su poesía, sólo explica el vínculo de cómo entrar.
  
¿Se ha arrepentido de venir para Veracruz? No, porque el DF cada vez está peor. Las últimas veces que he ido siempre es sin cadenas y a tu alrededor a todo el mundo le ha pasado algo. Algunos hasta dos o tres veces. Llevo una bolsa de plástico en lugar de maleta.

Hablemos sobre su conferencia en el Museo de la Ciudad. Esta Historia Reciente de la Literatura en Veracruz, ¿qué tan reciente es? Son 20 años. Es el tiempo desde que llegué a Veracruz. Comienza con Rafael Arreola Molina, quien escribió siempre en El Dictamen, luego llegó a ser Presidente Internacional del Club de Leones y Senador de la República. Tenía como ochenta años y no había hecho un solo libro. En la cocina de su casa me dijo: los gobernadores entran por la puerta de atrás a saludarme y ver si estoy bien, si no me hace falta algo. Murió en Xalapa. Su cuñado era Aureliano Hernández Palacios, padre de María Esther y fundador de la Universidad Veracruzana.
Era una persona culta que podía escribir de lo que quisiera. En esa competencia se interpone la fama. Por eso es tan importante no sólo poner el huevo, sino cacarear. De ahí voy analizando la literatura local por generaciones. Hay nombres como Úrsula Ramos, Ignacio García, Carolina Cruz, Gabriel Fuster, Juan Joaquín Pérez-Tejada, Maricarmen Gerardo, Fernanda Melchor, etc.  
Usualmente, la gente se cierra porque es ignorante o porque no se quiere echar de cabeza. Por eso es importante esta conferencia. Quiero que la gente que me oiga tenga confianza en sí mismo y sepa que forma parte de una historia. En cuarenta años hay seis autores conocidos en la ciudad. Gabriel Zaid dijo hace más de 20 años que para el 2017 habrá un millón de poetas en México. Aquí no entra en juego el gusto ni nada, porque no hay un factor posible para ordenarlos. Por ahí no va el camino. Si vemos esta “demografía según Zaid”, hacer una historia de nuestra literatura nos sirve para que cada quien sepa en qué generación está y cuál ha sido su labor. Digo: quiero ser el mejor de mi generación.

En esta multiplicidad de escritores, tendencias y estilos, ¿cómo sobresalir? Debemos tirarle a hacer una obra consistente. La carrera del poeta es una actividad de por vida. No porque te ganes o no un premio vas a dejar de escribir. Es algo personal y de otro rollo. Es una satisfacción personal y una escala, diría Alfonso Reyes, que puedes hacer con respecto a otro. Es sólo personal, ni siquiera necesitas al lector. Si a un escritor no le gusta su obra nadie podrá ayudarlo. Por eso es importante poder formarse como buen lector. Digamos que eres especialista en poesía cubana. Ahí tienes un orden. Para mí es muy importante el asunto de las generaciones. De mi generación, ¿soy bueno, malo o regular?


¿Cómo se ve usted en esta “competencia”? Yo como poeta no pinto, yo me rajé de la carrera. Si una vez al año hay un poema que me gusta, ahí me doy por contento.



jueves, 11 de septiembre de 2008

Vauban, el arquitecto de la modernidad



Por: Peniley Ramírez



Francisco Muñoz Espejo encontró en San Juan de Ulúa una tipología de estrella, acompañada de un sistema defensivo, que se repite en varias fortificaciones de la Nueva España y el Caribe. Este hallazgo lo conectó con la obra de Vauban, mariscal de Francia durante el reinado de Luis XIV, encargado de unificar los tres reinos de Francia en uno solo, fortificar sus seis fronteras (Andorra-España, Alemania, Bélgica, Mediterráneo, Canal de La Mancha y Atlántico) y dejar un legado documental que ya hoy ha recorrido todo el mundo, influyendo visiblemente en las fortificaciones de cuatro continentes.

Muñoz Espejo estudió arquitectura en la Universidad Veracruzana en Xalapa. Cursó una especialidad en Patrimonio en La Habana y una Maestría en Conservación y Restauración de Monumentos por parte de ICOMOS International, Consejo Consultivo de la UNESCO, en la Universidad Cristóbal Colón.

En 1994 lo invitaron a trabajar en las obras de restauración en el fuerte de San Juan de Ulúa y allí conoció la obra de Vauban. En un texto que escribió para el periódico Sur en 1994 se preguntaba: ¿qué hace Vauban en México? Esta pregunta lo acercó a la Fundación Vauban en Francia. Su interés por la obra del ingeniero, considerado por los franceses como “el arquitecto de la modernidad”, lo acreditó como primer miembro extranjero de dicha Fundación, cargo que lo llevó a España, donde encontró la traducción al castellano del Tratado de Defensa de las Plazas, una de las principales obras del militar francés.

Han pasado catorce años desde que aquel artículo fue publicado en el periódico Sur. La labor de Muñoz Espejo en San Juan de Ulúa continuó hasta el 2004, cuando lo invitaron a trabajar a la Dirección de Patrimonio Mundial del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). En el 2008 regresó al puerto de Veracruz, su cuna, como asesor de la Dirección del Centro Histórico.

Catorce años, y el fantasma de Vauban no lo ha abandonado. Como obsesión o como fruto de una profunda admiración, ha persistido en su estudio hasta conformar este libro, la versión al castellano del famoso Tratado de Defensa de las Plazas, que está acompañada con textos sobre la importancia de Vauban en América y su legado mundial. 

Vauban y sus sucesores en América, publicado gracias al apoyo incondicional de Francisco Daniels, presidente de la Fundación Pablo Neruda y a la alcaldía de la ciudad de Besancon, casa de Víctor Hugo y la ilustración francesa, este libro se presenta por primera vez en América. En esta entrevista, Muñoz Espejo recorre los principales puntos que acompañan su libro y nos cuenta qué ha sido Vauban en su vida y en su visión sobre México.




Va la pregunta otra vez: ¿qué hace Vauban en México? La teoría de Vauban viaja en los Tratados, son publicados en el S. XVIII en Europa y viajan con los ingenieros militares que vienen a San Juan de Ulúa. Pero comienza mucho más atrás. Jorge Próspero de Berbon, catalán, conoce a Vauban en el S. XVII en la batalla para recuperar la parte española de Flandes (actual Holanda). Allí tenían una academia militar, aunque en ese tiempo España no tenía un cuerpo de ingenieros. Por recomendación de Vauban se desarrolla en España el primer cuerpo de este tipo. 

Ignacio Sala, discípulo de Berbon a quien después se le reconoce como mariscal de campo de España, es el encargado de desarrollarlo. Es Sala quien traduce al castellano el Tratado de Defensa de las Plazas y en 1712 organiza el cuerpo de ingenieros militares en Cádiz. Él determinaba quién venía a América. Estaba obligado a darles tarea, asesoría y capacitación a los ingenieros. Así trascienden de la península los conocimientos de Vauban. 

Nunca pisa Veracruz. En cambio, Félix Prosperi, italiano al servicio de la colonia española, viene con la encomienda de reforzar San Juan de Ulúa, que sólo era una fortaleza abaluartada. Llega en un momento crucial, vísperas de 1735, cuando la armada inglesa estaba acosando a Cartagena, que ataca luego en 1741. Por este miedo, la corona autoriza la construcción de la primera obra exterior en Ulúa: un frente defensivo en la parte norte que da hacia la Isla de Sacrificios, que es un símbolo de esta ilustración.

Prosperi asistió a Ignacio Sala en Cádiz antes de venir a América. Por eso recibió educación en los Tratados. Escribe en 1744 en Veracruz el primer y único Tratado de Fortificaciones en Nueva España. Estaba basado en tres modelos similares a los de Vauban, pero los adaptó para ser realizados con pocos recursos y obra exterior suficiente para ser manejada con poca infantería. 

¿Por qué debemos estudiar hoy el Tratado de Defensa de las Plazas? El patrimonio militar es valorado universalmente, las fortificaciones ahora no defienden la guerra sino la paz, dan enlaces de cooperación internacional, han abierto brecha a vínculos académicos, culturales y de conservación. Nos van a permitir en muy poco tiempo tener redes asociadas para información, manejo, conservación para el patrimonio cultural. Son un símbolo de las ciudades comerciales o administrativas. De algún modo, todas estas ciudades tienen historia similar y un punto de identidad. Dentro de este gran movimiento de globalización, un punto en común establece un vínculo de respeto y una red de conocimientos, tecnología, cooperación. Hay todo para poderlo hacer. 

Este libro suyo no presenta el Tratado original, sino sólo seis capítulos, ¿en qué se basó para la elección de los capítulos a traducir? La versión de Ignacio Sala está incompleta. Faltan hojas. Incluso le agrega un capítulo más con sus experiencias en Cádiz, es una versión aplicada a España. Lo importante para mí de ese Tratado es que fue un testimonio de la transmisión de las ideas científicas a través de los militares. 

¿Cuáles son las fortificaciones en América emparentadas con la obra de Vauban? Hay un elemento que él planteaba: un reino no puede cuidarse solo, tiene que estar asociado a un sistema defensivo periférico. En este caso está Campeche (que tiene baterías defensivas), Acapulco, Bacalar (en Quintana Roo), La Habana, Cartagena, Venezuela, Puerto Rico, Santo Domingo, Panamá, Portobello. 

La investigación para este libro, ¿qué le ha enseñado sobre el puerto de Veracruz? ¿Qué falta, qué sobra, qué hay que hacer? Las intenciones del libro fueron: darle a Vauban un resultado de mis 14 años de ser miembro de la asociación, colaborar con la asociación Pablo Neruda, que promueve el enlace entre Francia y los pueblos de América, difunde la labor de Pablo Neruda en Francia, de franceses en América y promueve actividades de enlace y cooperación de América en Besancon. 

Mi tercera intención con el libro está relacionada directamente con Veracruz. Así como debe haber un Vauban por descubrir en Medicina, Psicología, Comunicación, creo que algo de debemos construir y reconstruir en Veracruz es nuestra memoria y el patrimonio documental e histórico. Hay que hablar de personajes como Benito Juárez o Venustiano Carranza. Debemos desarrollar una cultura donde podamos recobrar esa memoria histórica. El libro está dirigido a inquietar a las nuevas generaciones en la búsqueda de personajes que son parte fundamental en la construcción de nuestra Historia.



¿San Juan de Ulúa ha sido menospreciado por el pueblo de México?Creo que no.
Sin embargo, hacen falta estudios más abarcadores, no sólo de Ulúa sino de todas las fortificaciones.
Hace falta asociar todos los sistemas defensivos. Es terrible, pero existe una competencia entre los propios estudiosos. El valor patrimonial es serial, son como las cuentas de un rosario. Las fortificaciones valen porque forman parte de los sistemas sociales y patrimoniales, tangibles e intangibles. Desde la guayabera al arpa, al arte de la disciplina militar hasta la comida. Desde el ron de Cuba, el rice and beans de Belice, al trapiche de Veracruz. Existen rasgos de identidad con otro nombre, estamos asociados a través de las fortificaciones a sistemas de vidas pasadas que han dejado vestigios. Hoy tenemos que abrir más allá de las piedras y descubrir los valores intangibles que unen a ellos en el sistema que ya existió.


Besancon, ¿qué puede aportar a


 Veracruz hoy? De los franceses siempre debe aprenderse el alto valor al honor de sus grandes hombres y cómo han hecho que su memoria histórica sea valorada por el mundo y su país, siendo también apreciada como potencial al turismo y a la historia.



¿Qué ha hecho Vauban en su vida? Me abrió el mundo. Al conocer su tipología, pude identificar su teoría en las fortificaciones de cuatro continentes, logré asociarme con investigadores que han trabajado tanto a Vauban como a sus sucesores, me ha permitido pensar en lo mucho que tengo que reconstruir de mi Historia, como arquitecto restaurador. La mayor parte de la ganancia son todos los enlaces de cooperación que he tenido con investigadores. 

¿Es exagerado el calificativo de “arquitecto de la modernidad”? Algunos documentalistas han analizado sus Tratados u obras de restauración y todos llegamos a la conclusión de que es una de las figuras más importantes del racionalismo, que influyó las ideas de la ilustración en todo el mundo. 

En el 2007, para el tricentenario de la muerte de Vauban, la Universidad de Filosofía en Besancon organizó una serie de actividades relacionadas con él. Percibí aún más allá lo que fue su obra. Supe cómo es visto en Francia ahora. Supe que además de sus tareas, escribió lo que llamó Mis Ociosidades (en francés en el original) que son doce volúmenes de tratados de hidráulica, forestación, ganado porcino, maquinaria, mejoramiento y trato social en los regimientos, artillería, hasta el último que es una crítica al impuesto y se llama “el impuesto real”. Ahí me di cuenta que Vauban fue más que un militar y también que durante toda su vida al servicio de Luis XIV nunca estuvo en total acuerdo con él. 

¿En qué le ha servido para entender el México de ahora, el que todos los días tiene a su alrededor? Todos los países tienen una evolución y desarrollo. Vauban era un hombre que Francia necesitó en su tiempo para ser lo que ahora es. Creo que es un buen ejemplo de lo que puede hacer un gran hombre en su vida y su obra fue fundamental en el desarrollo de su país. Me queda claro que necesitamos crear hombres de esa manera en el desarrollo de México. 

Veo mi país con ganas de crecer pero con mucho que desarrollar. Hay mucho camino en la búsqueda de nuestra identidad, pero también en sustentabilidad y más en la valoración del patrimonio cultural. Creo que estamos por buen camino, al menos los que estamos en esta labor trabajamos a la par del esfuerzo.

Algo que tiene el veracruzano es que está orgulloso de sus raíces, incluso de la tercera raíz caribeña, tiene claro que el patrimonio puede salvarlo. Creo que la gente está muy susceptible a valorarlo, pero en una realidad donde también choca con la globalización. Por eso nuestra tarea de difusión es fundamental para orientar a la población que está buscando para que tengamos una personalidad global con un matiz tradicional, que sea sustento de la creación de la tradición de todo lo que nos constituye como veracruzanos, que sea capaz de conectarse con el mundo, sea un joven de la India o una empresa de Nueva Zelanda, que a partir de que cada quien respete su aspecto tradicional, pueda tener una cara global.

Este libro pretende eso, porque los tratados de Vauban se tradujeron a quince idiomas y se dispersaron por los cinco continentes. Ninguno dejó de tener su identidad aunque todos tienen una fortaleza abaluartada con sistemas defensivos.





martes, 9 de septiembre de 2008

Vauban y sus sucesores en América

Presentacion del Libro:
Vauban

en el Centro cultural Casa Principal

Sabado 13 de Septiembre 2008

19:00 horas

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viernes, 5 de septiembre de 2008

11 de Septiembre de 1829, a 179 años de la Victoria de Tampico

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Por: Miguel Salvador

Tampico, 11 de septiembre de 1829.- Al mando del destacamento se encontraba el brigadier Isidro Barradas. Pensaba que la operación sobre suelo patrio sería un día de campo. No contaba en sus planes con la resistencia del pueblo tamaulipeco y, sobre todo, el gran apoyo en hombres y bastimentos que envió el Estado de Veracruz por cuenta propia.
La victoria de Tampico de 11 de septiembre 1829 generó una gran confianza en un país que estaba al borde de la inminente bancarrota, con las aduanas marítimas empeñadas, insolvencia, fuga de capitales y suspensión de pagos a la burocracia por parte del gobierno federal.
La situación del país en aquellas fechas era desoladora. De acuerdo a Lorenzo de Zavala, las aduanas estaban embargadas y la insolvencia del gobierno federal de Vicente Guerrero era patente. Por ello, el Rey Fernando VII pensó sería fácil, pero no contó con la determinación del pueblo de Tamaulipas y la solidaridad de los demás Estados del país, entre los que destacó Veracruz, quien sin pensarlo dos veces envió un nutrido grupo de soldados por mar y tierra, al mando del General Antonio López de Santa Anna, para ese entonces Gobernador del Estado.

Gracias al arrojo y valentía de los soldados mexicanos, las tropas invasoras sucumbieron entre el 10 y 11 de septiembre de 1829, entregando las armas y regresando humilladas a La Habana.

Esta victoria fue conmemorada por el gobierno hasta el año de 1854, último de celebración oficial de la Victoria de Tampico. Ese año se estrenó en septiembre el actual himno nacional cuyas estrofas -hoy recortadas- hacen alusión a dicha gesta.

En el año 2005 el Congreso del Estado de Tamaulipas declaró en sesión solemne como “Heroico” al puerto de Tampico y se incluye el 11 de septiembre 1829 como fecha de festividad histórica en el calendario de efemérides de Tamaulipas.

Para recordar este acontecimiento, el Ayuntamiento de Veracruz, a través de su Dirección de Cultura y la Fundación de la Crónica de la Ciudad de Veracruz y Zona de Influencia, A.C. (FUNDACROVER) presentarán el próximo 11 de septiembre a las 19.00 hrs., en el auditorio del Museo de la Ciudad, la conferencia titulada “1829, Isidro Barradas y la vanguardia de la reconquista” producto de una exhausta recopilación de información histórica por parte de los conferenciantes entre los que destaca el Contador Víctor Gardoquí Zurita.

Tomando como referencia el libro de David Granados Ramírez intitulado: “La victoria de Tampico de 11 de septiembre de 1829”, los investigadores veracruzanos expondrán los antecedentes y hechos que dieron lugar a la expedición militar compuesta de 3220 hombres que zarpó de La Habana en julio de 1829 para reconquistar México.

Esta conferencia es una gran oportunidad para comprender una parte importante de la historia nacional, el gran aporte del pueblo veracruzano y la trascendencia que tuvo esta victoria en la consolidación de la independencia nacional, así como su influencia para la creación de nuestro himno nacional.

Mayores informes: (229) 2002237

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