lunes, 25 de abril de 2011

EL INCIDENTE DE ANTON LIZARDO DE 1860

LA GUERRA DE REFORMA PUDO OCASIONAR UN CONFLICTO INTERNACIONAL
POR: MIGUEL SALVADOR

La ciudad de Veracruz es heroica en Cuatro ocasiones: 1823, 1838, 1847 y 1914. Pero muy pocos saben que la ciudad vivió tres sitios militares durante la guerra de Reforma: El primero del 16 de febrero al 11 de abril de 1858, el segundo del 17 al 30 de marzo de 1859 y el tercero del 8 febrero al 7 de abril de 1860, todos dirigidos por las tropas conservadoras al mando del Miguel Miramón. Algunos analistas afirman que no se considera estas acciones heroicas de la ciudad de Veracruz por tratarse de un conflicto civil y no una intervención extranjera,  pero dentro de este contexto cabe destacar que fue en el último sitio, 1860, cuando las cosas se complicaron por involucrarse dos potencias: Estado Unidos y España.
La historia es la siguiente: A principios de 1860, Miramón con el firme propósito de arrojar a Juárez de Veracruz (Juárez formó su gobierno en la ciudad  a su llegada el 4 de mayo de 1858)  y terminar con la guerra, salió en dirección al puerto para dirigir ahí las operaciones militares.
  
 Para asegurar el éxito,  Miramón pensó sitiar Veracruz tanto por tierra como por mar. Como no tenía buques envió al contra-almirante Tomás Marín a Cuba con el encargo de comprar y equipar dos naves, las que bautizó como General Miramón y Marqués de la Habana respectivamente.
El seis de marzo de 1860 los barcos de Miramón anclaron en la bahía de Antón Lizardo. Pero Miramón no contaba con que una escuadra norteamericana que daba su apoyo a Juárez se alistaba para capturar sus débiles barcos. Esa noche los vapores norteamericanos Indianola y Wave y la corbeta de guerra Saratoga de 40 cañones se adentraron en la bahía de Antón Lizardo. El oficial que vigilaba en el vapor Miramón advirtió que se acercaban los barcos y avisó de inmediato a Marín que capitaneaba los barcos. Los buques americanos dispararon una granada y luego otra más. Marín supuso que los vapores remolcaban lanchas liberales y contestó el fuego con los cañones del Miramón. Pero al tomar los binoculares descubrió que se trataba de buques norteamericanos mandó detener el fuego, lo que aprovecharon los buques extranjeros para acercarse. Marín quiso poner en movimiento  su barco, pero los timoneles estaban muertos y el barco se varó a proa. Los tripulantes de los barcos norteamericanos tomaron por asalto los vapores mexicanos, poniendo prisionero a los marinos, llevándolos secuestrados hasta Nueva Orleáns, incluido el propio Marín.

 
   La captura de los dos buques conservadores,  que traían bombas y municiones para el ejército sitiador, desbarató los planes de Miramón, quien trató de llegar a un arreglo pacífico con la plaza sitiada, pero Juárez no cedió. Entonces Miramón abrió fuego sobre la plaza el 15 de marzo. El sitio duró algunos días hasta que se agotó el parque del ejército sitiador. Miramón levantó el sitio el 21 por la noche  volviendo a la capital derrotado.

martes, 19 de abril de 2011

INMIGRANTES, ASOCIACIONES CULTURALES MEXICANAS



Por: Sonia López Azueta/FUNDACROVER  ITALIA


Reflexionar sobre la influencia del sol, la luna, aire, mar y clima en nuestras células, sentir que respiramos al ritmo de nuestros padres y hermanos. Recorrer cada vez un calendario de fiestas mientras que tratamos de recordar dónde las festejamos por última vez “como Dios manda”. A medio día, desear el encontrar como almuerzo, un generoso plato de pozole o al menos unas enchiladas de mole sobre la mesa. Uno recorre pueblos y ciudades vecinos en busca de productos “exóticos, para intentar reecontrarse mínimamente con algunos sabores.
Son tan solo algunas experiencias que puede traernos la migración, un fenómeno tan viejo como la humanidad que constituye la base de nuestro éxito evolutivo como seres humanos.

En algunas áreas de Europa la inmigración despierta desconfianza, temor a la pérdida de identidad o cohesión social. Existe dificultad para incorporar a los inmigrantes y minorías étnicas a las sociedades receptoras, y hay obstáculos que se oponen a la integración tales como la segregación, discriminación, exclusión social y xenofobia. Se vive la inmigración como un problema, la capacidad de acogida y la oferta laboral son limitadas, se restringen y controlan las entradas y permanencias de flujos. Sin embargo los movimientos migratorios no se detienen, dando lugar a la migración clandestina y al tráfico de personas, se extiende la proporción de inmigrantes en situación irregular. Los gobiernos priorizan las políticas de control y lucha contra la inmigración ilegal.

Cada caso de migración es particular; no es lo mismo emigrar en condiciones difíciles que en condiciones extremas. Y sin embargo, es siempre un corte umbilical que conlleva un proceso de duelo en el individuo. Descrito el duelo como la ruptura de una relación en la que existe una pérdida, abandonar la ciudad pero sobretodo el país de orígen, puede ocasionar sentimientos confusos de ganancia y al mismo tiempo privación de diversos elementos intrínsecos a la naturaleza humana y al desarrollo personal.

Si no se está consciente de este proceso, existen probabilidades de ser afectado por el Síndrome de Ulises: “Ulises pasaba los días sentado en las rocas, a la orilla del mar, consumiéndose a fuerza de llanto, suspiros y penas, fijando sus ojos en el mar estéril.” (Odisea, canto V, 150).  Hoy, para millones de personas, emigrar significa pasar por niveles de estrés sumamente intensos que muchas veces llegan a superar las capacidades de sobrellevarlos. Cuando resulta difícil manejar los duelos en relación a la a familia, la lengua, la cultura, la tierra, el estatus social, el grupo de pertenencia y los riesgos físicos, ello puede traducirse en padecimientos tales como migrañas, irritabilidad, fatiga y falta de sueño además otros de tipo psicológico como tristeza, miedo y sentimientos de fracaso, culpa y soledad acompañados de llanto, mismos que afectan la identidad y cuya desaparición depende de la habilidad del individuo por acelerar su adaptación al nuevo medio.

Para emigrar hay que estar preparado. Incluir en la valija importantes reservas de paciencia, motivación y hasta resignación bien aceptada, pero sobre todo una gran fe y esperanza. Informarse acerca del lugar de destino, si el idioma es distinto a nuestra lengua madre, estudiarlo, siempre que sea posible, antes de partir o bien inmediatamente al llegar al nuevo país, para dominar por lo menos las expresiones básicas y más indispensables en la vida cotidiana; aproximarse a la cultura y costumbres extranjeras previamente, aminorará el impacto que puedan generar. Hacer uso intelligente de instrumentos tecnológicos como las redes sociales para añadirse a grupos de connacionales puede resultar productivo. De este modo se puede arribar con la sensación o incluso la certeza, si es que se han fortalecido lo suficiente algunos lazos, de contar con algunos amigos o conocidos a quien recurrir. De hecho, los inmigrantes se organizan espontáneamente en grupos asociativos para intercambiarse informaciones, conservar ritualidades comunes y encontrarse periódicamente. Esta primera fase va seguida de una segunda: las asociaciones formalizan su organización, se presentan como intermediarios, y asumen un papel tanto social como económico.

En Italia, el importante papel mediador entre el inmigrante mexicano y la sociedad italiana lo desempeñan asociaciones tales como la “Comunidad Católica de Mexicanos” (CCMR) en la capital Roma; al norte, la “Asociación Messico Qui” y al sur, la “Asociación Cultural Mexicana Quetzalli”.
La CCMR el año pasado celebró su décimo aniversario; se encuentra reconocida por instituciones tales como la Embajada de México en Italia, Embajada de México ante la Santa Sede, Secretaría de Relaciones Exteriores y el Instituto de Mexicanos en el Extranjero. A través de su página en internet brinda información valiosa, de interés tanto para el inmigrante como para el vacacionista. Los miembros se reunen períodicamente y llevan a cabo actividades culturales y de esparcimiento, entre las cuales no puede faltar la celebración de cada fiesta nacional.
La Asocicación Messico Qui (México Aquí), mediante su denominación, dilucida la existencia de una comunidad de mexicanos que vive y se desenvuelve en la región del Veneto. Su objetivo es desarrolar iniciativas de tipo cultural para difundir la actividad prfesional y creativa de mexicanos radicados en Italia o en México y con ello reflejar nuestra cultura, mostrándola a quienes no saben de ella y ofreciendo una perspectiva diversa a quienes la conocen solo a través de comunes estereotipos. Un destacado ejemplo de las varias actividades coordinadas y coprotagonizadas por su Presidenta, la fotógrafa y profesional de la comunicación, Blanca Estela Rodríguez, es el evento “México y Revolución: tras las huellas de la historia”, integrado por una conferencia reflexiva, un encuentro musical “El eco de 100 Años” y la proyección de una serie de filmes alusivos al período revolucionario mexicano.
Por su parte la “Asociación Quetzalli” con la motivación profunda de compartir la cultura y los valores del pueblo mexicano desde la isla de Cerdeña, dirigida por Virginia Cruz, se organiza en grupos de trabajo para promover actividades arísticas, culinarias y creativas, formas de comercio solidario, iniciativas relacionadas con la educación multicultural y el desarrollo sostenibile, creando espacios de convivencia e intercambio.
Participar como inmigrante en las actividades de estas asociaciones y muchas otras más, es para muchos, aspirar una bocanada de aire mexicano en medio de una nube de gas raro, es atravesar un umbral donde el otro lado, es también nuestro lado.

Sonia López Azueta.
Italia, febrero de 2011.

PRESENTACION DE LA NOVELA "EL PARAISO DE LOS LOCOS"

LEON FELIPE, PIEDRA PEQUEÑA, COMO TÚ.

Por: Miguel Salvador/  FUNDACROVER A.C.

Un artículo periodístico no basta para hablar de León Felipe, mucho menos aspirar a explicarlo. Sin embargo intentaré hacerlo trascribiendo uno sólo de sus poemas, difícil hazaña el introducirse en el corazón de un  poeta sino se esta preparado.
No puedo dejar de lado, algunos datos básicos: Felipe Camino Galicia de la Rosa, nació en Tabára, Zamora el 11 de abril de 1884, murió en la ciudad de México el 18 de septiembre de 1968. Poeta español miembro de la famosa generación del 27.
De vida licenciosa, encontró apoyo en Alfonso Reyes quien le dio una carta de presentación que le abrió las puertas de diversos amigos en México, se dice que fue bibliotecario en la ciudad de Veracruz, posiblemente de la antigua biblioteca del pueblo, corría el año de 1922.
Pero, ¿Qué tiene León Felipe, el poeta aventurero de especial?, bien, tal vez mucho, tal vez poco, en lo particular, quiero decirles que el  poema que trascribo a continuación  siento me ahorra el trabajo de elaborar un ensayo o una biografía tediosa, llena de suposiciones o de falsos acercamientos a las esencias del artista. Este se llama  “Como tú”,   adaptada y  cantada por Paco Ibañez, Amparo Ochoa y Leticia Servín, la cual pueden escuchar en youtube.

COMO TÚ...
Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera...

León Felipe


EL BUNKER

El Bunker.

Por: Sonía López Azueta/ FUNDACROVER ITALIA

Volver era imperioso para mi. Había transcurrido los últimos cinco de mis treinta y siete años pensando en regresar y saber si aún era como yo lo recordaba. El sol era pleno esa mañana de sábado cuando decidí por fin cerrar la oficina en la que me dedicaba a diseñar programas informáticos para supermercados. Quería partir con rumbo a mi infancia, esperaba con ello lograr desaparecer el enjambre de profundos sueños recurrentes que se aglomeraban cada noche en mi mente. Bajo el asombro de Milena reuní algunos objetos y le pedí que se prepararan para salir ella y mi adorado Massimo. ¿Y los trabajos pendientes? Me interrogó mi esposa incrédula. No hay nada urgente y ya no puedo seguir esperando el contar con un fin de semana libre de compromisos, le respondí. Mientras conducía, Milena y yo hablábamos, pero mis pensamientos se concentraban en ese lugar. Mirando a través del espejo retovisor a mi hijo, me veía a mí mismo a su edad, en la minúscula Pinié y esos parajes montañosos de la provincia de Belluno. Fueron años felices, a pesar de que, invariablemente cada verano,  mi madre me enviaba a un albergue de monjas. Mis padres se divorciaron cuando yo contaba tres años; vivía con mi madre, cuyo trabajo como cajera en un restaurante no le permitía permanecer conmigo durante las vacaciones escolares. Cada año partía contento al albergue y permanecía por un mes entero; algunos fines de semana mi madre llegaba desde Chioggia para encontrarnos y almorzar juntos.  ¡Cuántas aventuras y enseñanzas me dieron esos momentos en los cuales compartí lecho y mesa con casi treinta pequeños sin familia! Mi mejor amigo ahí era Marco, habíamos nacido el mismo día pero en circunstancias completamente distintas. El era huérfano de madre, era un niño menudo de agudo ingenio, en su rostro los expresivos ojos relucían como aguamarinas. Durante los campamentos que organizaban las religiosas en el bosque, prefería siempre compartir la tienda de campaña conmigo, nos ofrecíamos mutua proteccion ante los moustros nocturnos. Fue junto a Marco que descubrí la guarida. Nos imaginábamos entrar junto con los demás en fila india. La verdad es que nunca tuvimos el suficiente valor para traspasar las vetustas rejas, canceladas solo con cinta plástica. Esa ocasión corríamos mientras jugábamos; Bepi, uno de los mayores, nos advirtió, regresen, no se alejen demasiado. Sor Iole ha dicho que puede ser peligroso adentrarse, el bosque guarda sorpresas. Marco corría tras de mi y yo no quería dejarme atrapar, pero al encontrarme de frente a aquel raro montículo con barrotes, me detuve en seco haciendo crujir las ramas bajo mis pies. La boca de la puerta parecía tragarme, una corriente de escalofríos subió desde los pies y me hizo temblar las piernas. Extrañado mi amigo me preguntó, ¿qué sucede, por qué te has detenido? ¿De verdad te has dejado intimidar por lo que dijo Bepi? ¿O acaso has visto un gnomo? No, fue mi respuesta. ¿Por qué estas asustado entonces? Me estas asustando también a mi, es mejor que regresemos, me rogó Marco tirándo de mi camisa, está cayendo la noche y debemos reunir ramas para la fogata. Ve tú, le ordené. Debo permanecer unos minutos más aquí. Como quieras Stefano, yo comienzo a tener frío, se alejó frotándose los brazos. Si Sor Iole te pregunta por mi, dile que he debido ir a las letrinas, le pedí. Me quedé solo bajo las primeras sombras que se extendían sobre el montículo, como huesudos brazos queriendo alcanzarme. El aire hacía volar las hojas producendo el único ruido además del que hacían mi respiración y los latidos de mi corazón más agitado que el de un caballo desbocado. Una hoja golpeó mi cara, el viento se intensificó y pensé que Sor Iole me estaría esperando salir de la cabina de baño; no deseaba que su redondo rostro sonrosado se surcara con ese ceño de sentencia que lo transfiguraba cada vez que desobedecíamos. Caminando hacia atrás sin dejar de mirar la colina, me fui. Esa noche, Marco y yo la pasamos en vela conversando a baja voz, planeando entrar al día siguiente, cosa que jamás sucedió; Bepi y los más grandes nos dijeron luego que ahí había muerto un niño, que se había escondido mientras jugaba y nunca más volvió a salir, que su esqueleto fue encontrado cubierto de vegetación y telarañas. Mi atracción por el interior de esa cueva o lo que fuera, era tan grande como mi repulsión pero yo no las comprendía. Las montañas fueron definiendo el paisaje y reduje la velocidad del auto cuando comenzamos a ascender. Era un camino largo desde nuestra casa en Castelfranco. Massimo estaba dormido al llegar a Pinié; cuando el auto se detuvo, despertó con un gran sobresalto. ¿Quieres ver el lugar a donde tu papá solía venir cuando era niño? Milenia lo invitó a bajar con estas palabras. La casa albergue aún estaba ahí. No parecía en malas condiciones, aunque yo recordaba el patio mucho más grande de lo que en realidad era. El restaurante de enfrente ya no lo era más, lucía como un depósito de desperdicios; era un reino de gatos que saltaban entre cajas de cartón, sillas rotas y piezas de motor; uno de ellos se aproximó a Massimo buscando una caricia. Desde el interior de una ventana la voz madura del dueño captó nuestra atención, esa gata es la más cariñosa, va con todos. Un anciano hombre de aspecto muy descuidado pero amable, salió e iniciamos a hablar. Yo soy uno de esos niños del albergue, en mucho tiempo no había vuelto, le dije. Aquí las cosas han cambiado muchacho, me contó. Los dos albergues de esta zona se han transferido, o tal vez han  cerrado sus puertas. Mi hermana la dueña del restaurante, murió hace algunos años, me dejó esta construcción en donde vivo solo con mis gatos; no se ven muchos niños por aquí ahora. Yo he venido con mi familia para mostrarles el lugar, le expliqué, ahora vamos a dar un paseo por el bosque. El hombre me miró fijamente como buscando un por qué. El bosque… tampoco es el mismo; ¿no es mejor llevar a su familia de visita al Monte Tudaio y sus antiguas fortalezas militares? sugirió. Sí, es fascinante y seguramente lo haremos también, hasta luego señor, me despedí. Vaya muchacho, tenga cuidado. El viejo tomó a su gata, su expresión se había endurecido. Sorteando troncos caídos y piedras, mostré a mi familia el sitio donde acampábamos. Estaba casi como antaño, a excepción de un área deforestada; había señales de una fogata reciente. Milena y Massimo bromeaban, usaban varas como espadas y corrían persiguiéndose entre sí. Al llegar, el lugar causó en mi el mismo efecto que cuando era pequeño. Nos detuvimos los tres como intimidados por un gigante, a observar el estado en que se encontraba el bunker. Por un momento cesaron risas y juegos, el silencio nos envolvió y ya comenzaba a pesarme cuando por fin preguntó el niño, ¿qué es?. Es un bunker de la Primera Guerra Mundial, le contesté. Massimo inspeccionó, viéndo satisfecha su curiosidad momentos más tarde lanzó una afrenta a su madre. ¿Crees que puedes alcanzarme? Se alejaron corriendo, rodeando el montículo. Les pedí que no se apartaran demasiado y sin despegar la vista del cancel lo empujé suavemente y miré hacia adentro. Ahí, como un aerosol agotado, la luz se esparcía escasa sobre un montón de hojas secas y basura. Me introduje despacio con el brazo derecho y la palma extendidos a modo de defensa, por si algo se interpusiera en mi camino. Había numerosas habitaciones poco más grandes que una ratonera a cada lado del pasillo; al fondo la obscuridad no me permitía saber si había una pared o una sala más grande. Fui a averiguarlo. Mi pie traspasó las tinieblas y fue justo ahí que crucé más de un umbral. ¡Favero! Un aire gélido me alzó los vellos de la piel cuando a mis espaldas alguien mencionó mi apellido con voz áspera y horrorizada. Giré desconcertado la cabeza sobre mi hombro y escuché una detonación. Aterrado llamé a gritos a mi mujer e hijo, pero no salí corriendo, mis pies parecían adheridos al suelo. Después del primer estallido otros más, me puse en cuclillas y vi apenas que entraban muchos hombres armados. Ya no gritaba, tuve la sensación de que mi familia se encontraban muy lejos de ahí. A mis pies unas latas vacías de sardinas, cantimploras y una navaja. Pensé empuñar ésta para defenderme si alguien intentaba hacerme daño, pero luego me percaté del arma de fuego que aferraba firmemente. Los soldados entraban y salían como hormigas despavoridas; cuando decidí salir, el gran estallido. Fui impulsado contra el muro con una gran fuerza que me hizo caer sobre la espalda. Un dolor intenso penetró en mis oídos, llevándome las manos a la cabeza, éstas se bañaron de la sangre que me escurrió hasta los codos; el olor a pólvora abrasaba mis pulmones. Dos faros celestes atravesaron la nube negra de polvo y humo, podía reconocer la mirada de Marco en ese y cualquier otro infierno. Vi claramente como pronunciaba mi nombre pero no lo escuché, no escuché más nada. Cerrando los ojos me llené de imagenes: el péndulo del andar de Milenia al subir las escalinatas donde nos conocimos. Todo el caudal de mis ansiedades inundó la marisma de su soledad en esa tarde serena; el camafeo sobre su blusa repetía los reflejos dorados de sus rizos. Y mi hijo. Esos terribles instantes se hubiesen esfumado con tan solo posar mis labios sobre el melocotón de sus mejillas y aspirar su tierno aroma con notas de vainilla. Apoyado al brazo de Marco me hundí en las espesas arenas movedizas de la inconsciencia para despertar quince meses más tarde en octubre de 1919, sobre la cama de mi actual habitación en Treviso. El crucifijo de hierro pendía sobre mi cabecera, recordé sus formas puntiagudas porque yo mismo lo coloqué ahí. Una figura rolliza se aproximó y me tomó de la mano, Sor Iole me sonrió y se apresuró a advertir a mi esposa. Con la presteza de un paquidermo, al segundo día después logré ponerme de pie, mi cuerpo estaba casi intacto excepto por la audición que nunca recuperé en su totalidad. A Marco pude verle y hablarle antes que muriera debido a las secuelas de los disparos recibidos mentras me salvaba. He luchado durante años por encontrar una explicación a lo que me ha ocurrido, si de algo estoy seguro es de no haber perdido la razón después de batallar y ser herido en guerra. Nunca he sido una persona demasiado espiritual en la vida. En ninguna de las dos. Tan solo creo, como lo creía mi madre, que al mundo vinimos a dar lo mejor de nosotros mismos. Las últimas palabras que me dirigió Marco fueron: “hermano, estoy seguro que volveremos a encontrarnos”.